Lo que llevamos dentro los animales del monte

La brisa, mi lámpara y media taza de leche. Ha pasado un año desde mi regreso y aquí me veo sentada, frente a un monitor nuevo, compartiendo un hermano con el tercer piso y abrazando mi rodilla izquierda. Cúanta anormalidad hay detrás de los gestos simples. El espejo no cuenta sobre mis gritos sordos.

Un año deseando no estar aquí no podría ser un año aprovechable no?, pues no, el padecimiento también es un motor poderoso, como lo es la muerte. Padecer?, hay gente muriendose de hambre en África, o en la esquina de Wilson con Uruguay, dirán ustedes. Pues sí, mi padecer es pequeño para tí, pero es una marea espesa para mis piernas.

"Margot, ya deja de cogerte así la mano..." Ese viaje me ha sanado y me ha cagado. Nunca subestimen la condena de soledad que pueden lanzar sobre uno las experiencias intensas, intensas y sobrenaturales, sobrenaturales?, extrahumana quise decir. Esa tarde algo me llamó con nombre y apellido, se refierió a mi desde mis heridas y mis lunares feos, desde mi vientre, mis dedos y mis labios, con una voz de hombre feliz. "Margot, por qué me persigues?" Las lágrimas son lo más predecible en este mundo cochino, y siempre han sido la mejor vía de desintoxicación para mí. Pero en la tarde del altar barroco mis lágrimas no llevaban sal. Lavaron mi cuerpo y me dejaron expuesta. Y de qué me sirve eso en la capacitación del MALI?, de qué me sirve a la hora de pagar medio en el chosicano?, de qué me sirve??! Pues ahora de nada.

Yo sé que el sol se está yendo, y que hay que apechugar y estirarse frente al invierno inexorable. Si supieras como te odio invierno, si lo supieras quizá te daría miedo llegar y me dejarías soportar los meses. No me conviene que llegues a la mitad de este proceso en el que estoy siendo conciente de que estoy loca y de que es bueno saberlo. Pero nada, yo sé que estarás pronto en mi ventana, sólo quiero decirte que soy y no soy la misma, y que si hacemos una tregua puedo sentarme a contártelo.