domingo, 20 de febrero de 2011

Por qué seré así. Llegamos tarde, había sol, cemento y poca disposición de mi parte. Al entrar 5 mesas en línea nos miraron, unas como quien ve cualquier cosa y otras llamando al saludo familiar, donde importa más qué llevas puesto y cuán guapos son tus hijos. La situación fue para mí como el botón rojo que nunca debe apretarse en las películas, provocó entre mi mandíbula y el diafragma intensas explosiones en serie. Ha sido lo más irritante que vivo desde hace mucho y sin embargo tan natural para el 99% de las personas.
Sin espacio empezamos a caminar en una fila india muy apretada, el saludado torcía el tórax hacia el primero tratando de evitar pararse con un par de acrobacias inútiles. Mientras los terceros agitaban las manos exaltando a otros más lejanos dicho saludado, resignado, movía la silla para recibir de pie al segundo, ese fue mi puesto; entre la espalda de mi madre, los pies de mi cuñada y la silla recién movida recibí todo tipo de empujón edulcorado. La escena se repitió 20 veces más hasta rodear la mounstruosa mesa.
Mi espíritu animal fue ultrajado, con la lengua a 40ºC y sin parpadear apreté los labios hasta sentarme, cogí la copa de rosé y me dispuse a borrar de mi memoria los distintos colores de labial de las vacías sonrisas arrugadas de todas las viejas presentes.
Que me lleven de vuelta al Abiseo.

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