viernes, 29 de junio de 2012

Regresión

A veces no puedo detener recuerdos y ficciones horrendas.
Quizá sea porque ya no recuerdo cómo se vive cuando todo sale bien. Y es tan claro, que ni bien intento disfrutar de las imágenes buenas del presente, recuerdo la muerte del primo, y la futura muerte de un viejo noble que no ve los gallinazos sobre su cama de hospital. O quizá sea porque desde hace unos años he podido abrir puertas en mí para entender viejas taras y nuevas cicatrices, y de ellas no hacen más que salir explicaciones involuntarias de cómo he derivado el dolor y el matrato de varios años.
Quisiera aceptar que esto es puro melodramatismo, pero creo que he mencionado mis fantasmas con justicia. Con la misma que puedo reconocer que ahora sí tengo verdadero alivio en el horizonte claro, que sé que puedo construir y que no está lejos. Esta imagen, producto del esimismamiento crónico, ha removido de mí el torpe dramatismo novelero, de cuando las emociones hacen cortocircuito, y ha dejado un cielo diáfano, seguro, amable, firme. Es decir que, no sé si tarde o temprano, he iniciado la desaturación de mi mente y de mis emociones, quitando accesorios adolescentes adquiridos para enfrentar el abandono, la pena, la muerte, la timidez, la inseguridad y tantas otras que aprendo a aceptar. De alguna manera las maravillosas relaciones que ahora puedo establecer con las demás personas, desde la honestidad de mis baches, es la mejor consecuencia de esta especie de proceso.
Pero a veces no puedo dejar de sentirme como la mesa de malaquita del museo donde trabajo: fragmentadísima y siniestrada. La he pasado muy mal, la muerte me ha dejado algo de sabiduría y muchas cicatrices. La que me amó fue la primera en irse, y luego ellas, bueno, una se dedicó sólo a tolerarme y la otra a dejarme marcas en el autoestima. El que me amó, fue el astro central de una familia que sólo sabía relacionarse a través de él. Me llenó de cariño y valentía. Luego de verlo morir en un expiro triste, ha quedado este remedo de relación familiar que ahora busca reconstruirse, esfuerzo sano y penoso, pero esfuerzo al fin. Durante la enfermedad de mi padre tuve que respirar el maltrato y el rencor que flotaba en una casa fría, donde mi único refugio fue un cuartito de tres por dos metros. El frío, qué horrible era el frío en esa casa. Allí aprendí a odiar con la misma rapidez con la que me he olvidado, felizmente.
Todo eso, y un poquito más, me ha dejado así, como con estrés postraumático constante. Pero ese horizonte claro, esa limpieza interna, hace que pueda apuntar cada una de las cosas buenas que las cosas malas me han traído, o las que yo he aprovechado. La vida es muldimensional, esta llena de paralelismos y caos, la realidad se depliega, abre y contrae, y en su movimiento he podido señalar las estrellas. Soy nueva y la misma, y en el fondo, o en el medio, o en el vértice de mis líneas, soy honestamente feliz

2 comentarios:

Christian dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Christian dijo...

Impactante. Parece una catarsis psioanalítica introspectiva poéticamente exteriorizada. Gracias por compartir...