sábado, 21 de setiembre de 2013

Dolor

De todas las espadas quedó sólo una, la negra y oxidada. A duras penas controlo mis dedos y mis piernas cuando se me desdibuja el mundo en líneas que se dispersan sin prisa y dejan el vacío insoportable de la muerte. No he quedado bien, estoy algo malograda. Al tiempo que reordenaba mis adentros se formaba un rinconcito oscuro que me hace llorar. Siento que hiervo en pena y pánico. Entonces, en medio de los finales anunciados, largos, tristes y del terror a las inmundas sorpresas, he reconocido que tengo que quitarme del corazón esta última espada. Tengo que saber qué hacer con toda la basura que ha dejado en mí la muerte de tantos, o moriré de pena, como los gatos.

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