viernes, 16 de noviembre de 2012

El asunto es este:

El mural de Juanjui es una duda, es como meterse al agua tanteando el fondo. Algo extraño y hasta inconexo se despliega gigante en la iglesia que él mismo diseñó. Las nuevas posturas y críticas del catolicismo latinoamericano había calado en el autor al punto de dejarlo todo, dejar el arte, por la justicia. ¿Por la justicia? Bueno, en este discurso eclesiástico que quitó la mirada en el cielo para ponerla en la pobreza, sufrimiento e injusticia de la tierras, sus imágenes medievalistas de iconografía "universal" no tenían cabida.
¿Entonces, qué lo llevó a pintar el mural? La duda, precisamente, la duda y el espíritu de artesano que vivía en el, que quizá no pudo resistir la superficie de la pared.
Entonces vemos allí las clásicas escenas de la salvación, aunque ya con su toque criticón, y ya lejos de los rostros neutros de su mural en Filipinas, que terminan con la escena de lospobladores de Juanjui, envueltos un drama magnificado en los ojos del extranjero.
Esta última escena era como la extraña entonación final de una frase que encuentra duda en su recorrido, es como al preocupación que no se verbaliza por completo, hasta que alguien pone las palbras completas. Ese alguien fue una mujer campesina que miró el mural, sin prestar mucha atención al autor como a sus escenas, hasta que se detuvo en la última escena. Sacó una vela de su bolso y se puso a rezar. Aquello reveló a Maximino las posibilidades de su trabajo y el nuevo camino al que se dedicaría por completo.
Así que, él, como parte del grupo de los claretiano de León, todos dispuestos a asumir el trabajo misione en Juanjui, embanderando al Doctrina Social de la Iglesia, se nuetre d ela experiencias colectivas entre estos y la comunidad. Pero esto no debe quitar la fundamental importancia que tiene para la existencia del mural, los procesos que él atraviesa como individuo.


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